La Eucaristía y la transformación del mundo

Con motivo de la festividad del Corpus, recuperamos este artículo que el actual delegado de Misiones de Granada, Elías Alcalde, escribió para este mismo día en el Jubileo del año 2000.

La transformación del mundo puede parecer añadidura a la Eucaristía o consecuencia fortuita para quien guste sacarla. Yo creo (creo de creer, no de opinar) que la Eucaristía es la transformación del mundo y no otra cosa.

Pues Jesucristo vivió, predicó, actuó, murió y resucitó en el empeño de quitar el pecado del mundo transformándolo en Reino de Dios, familia de sus hijos, comunidad de hermanos.

La Eucaristía, según la fe de la Iglesia, es la presencia viva y actualizada, en cada comunidad de discípulos, del mismo Señor Jesús con toda su historia, culminada en su ascensión a la derecha del Padre y el envío de su Espíritu, para que continuemos la transformación del mundo que Él inició, hasta la consumación de los siglos.

Se malinterpreta la Eucaristía si se capta predominantemente como rito litúrgico, memoria piadosa, bella ceremonia, misa bonita, relleno sagrado de programa de fiestas tradicionales, religiosas, populares, corporativas de funcionariado civil o militar, o acto fúnebre de despedida de un difunto con asistencia del vecindario, o de personalidades invitadas, según la categoría social o política de la persona fallecida, o sufragio por las almas del purgatorio, con pago-cobro anterior o posterior del estipendio canónico ¿evangélico?

Proclamar la Buena Noticia del Reino de Dios a los pobres, ofrecerse a Dios Padre, con toda la intensidad de la fuerza de su Espíritu, como corderos para quitar el pecado del mundo comulgando con el primer Cordero de Dios entregado -esto es lo que se hace en cada Eucaristía-, no puede no repercutir en la transformación de este mundo injusto (que mató a Jesús y por el que Jesús murió) en un mundo nuevo de hermanos.

Este mundo es injusto, en primer lugar, porque la mayoría de las personas humanas malviven empobrecidas y oprimidas por otras, que son minoría, pero tienen y retienen el poder decisorio económico, cultural, social, político y militar en sus no limpias manos.

La falta de panes y peces compartidos, frutos de la tierra, del mar y del trabajo del hombre, es la primera falta de todos y cada uno porque impedimos la supervivencia digna de la mayoría de la humanidad, y es el primer pecado grave contra el Creador de vida abundante para todos, pecado mortal de cada día por las miles de muertes que causa el hambre que no evitamos.

Por eso es natural que el Mesías de Dios se presente en la pobre Galilea como Mesías de los pobres y oprimidos cumpliendo la profecía de Isaías. Para los faltos de todo, no para los sobrados, Jesús resultó ser Enviado de Dios, su mismo Hijo amado. No endemoniado, ni loco, ni blasfemo, ni alborotador del pueblo como lo acusaron ante los tribunales.

Al cabo de dos mil años, la Palabra de Dios, Jesucristo, ofreciendo panes compartidos a propios y extraños, perdón entero, amor gratuito, paz, “fruto de la justicia”, y llamando a la conversión porque la hace posible con su gozoso anuncio del Reino de Dios, no debe confundirse con una ideología materialista porque contradiga egoístas intereses materiales.

Ni pensar que Jesús con su mensaje de liberación real, empezando ya, aquí y ahora, la salvación eterna, mancille el bendito nombre de Dios. Porque Él lo empleó limpiamente al revés que los manipuladores religiosos de la sinagoga y del templo.

Si Jesús fue condenado a muerte por blasfemo, por utilizar mal el nombre de Dios según la ortodoxia del judaísmo, Dios lo resucitó porque se vio bien utilizado por Jesús cuando, en su nombre, comía y bebía con los pecadores y descreídos, felicitaba a los pobres, se identificaba con los hambrientos para juzgar al mundo entero, denunciaba el culto vacío y reclamaba justicia y misericordia, antes que sacrificios-ofrendas.

Jesús fue, y es, locura y escándalo para unos, cordura y salvación para otros. Lo peor es que lo hayamos arreglado y pueda parecer un bonachón y no reclamo de vida nueva para todos.

Y peor también, que los cristianos seamos, y parezcamos, gente religiosa que están en otro mundo, y por eso este mundo nos respeta o nos utiliza como museo arqueológico de creencias de ultratumba, de moral tolerable para la vida privada.

O simplemente conservadores de un patrimonio histórico-artístico que vale un dineral, apto para visitantes de cinco continentes, aunque les produzca repeluzno ver tantos “cristos” crucificados y madres dolorosas, con tanta plata, oro y pedrería, lujos que nunca llevaron en sus vidas históricas, pobres y humilladas, porque eran patrimonio del rico mundo empobrecedor.

Si Jesús no hubiera vivido para transformar este mundo, y hubiera caído en sus mismas tentaciones, no lo hubieran matado los dueños del dinero y del poder de las tinieblas. Y no tendríamos Eucaristía para celebrar su Resurrección y nueva presencia entre nosotros a fin de recibir su Espíritu y prolongar su misión transformadora hasta su vuelta.

Si tenemos la Eucaristía, ¿para qué sirve? Si sirviera para el servicio que Cristo realizó, ¿los poderes económicos de este mundo costearían la transmisión de tantas misas multitudinarias por radio y televisión? ¿Por qué la oligarquía económica de San Salvador quemó repetidas veces la emisora de radio del arzobispado? Porque los pobres campesinos sin tierra y sin pan escuchaban con fe y esperanza de liberación el Evangelio del amor de Cristo que predicaba su buen pastor, Óscar Romero. El cual, “cuando veía venir al lobo, no huyó como un asalariado, a quien no le importan las ovejas, sino que dio la vida por ellas” y como ellas.

La Eucaristía puede transformar el mundo a través de los sacerdotes y fieles que la celebran, si no se lavan las manos como Pilato, entregando a la muerte, lenta o violenta, a los inocentes.

Con las manos limpias de los intereses del “vil dinero”, como lo descalificó nuestro Maestro, los cristianos misalizantes testimoniaremos que lo somos si en la “polis”, en la ciudad o pueblo en que convivimos, tomamos parte activa en la transformación de las condiciones injustas de vida que persisten en la existencia real de nuestros conciudadanos: el trabajo y la explotación encubierta o descarada que se sufre, los precios abusivos de la vivienda, el consumismo alocado que entontece, el paro que deshumaniza, la marginación excluyente, la cultura de masas o de élites que aliena, el descuido del desarrollo integral de los pueblos empobrecidos, la religión espiritualizante en vez del Evangelio transformante.

Quienes se decidan por comulgar con Cristo, entregándose como Él, a quitar el pecado del mundo, que no se extrañen de padecer su misma suerte. Será señal de su autenticidad, no de su blasfemia. Les lloverán cruces, no de condecoraciones sino de ignominia, como a su Maestro Jesús. Pero con Él serán glorificados en la vida del mundo futuro, en la resurrección de los justos.

Escrito por: Elías Alcalde Martín.

Gracias a Elías Alcalde por la cesión de este artículo, para ser publicado en esta web.

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