Hombre de gran cultura, documentación y sensibilidad, el teólogo y filólogo Adrián de Prado, CMF (Segovia, 1986), fue invitado ayer por Librerías Paulinas a festejar el día del libro, presentando su ópera prima en un ambiente familiar esta vez. La obra tuvo como prescriptora a una mujer de excepción: la Secretaria General de la Conferencia Española de Religiosos, Julia García Monge, ICHDP.
Con infinito exceso (Sal Terrae, 2016) es un libro que ha querido acercarse a lo más propio del cristianismo y contemplarlo desde la luz de un amor sobreabundante. Esta categoría, enmarcada en textos bíblicos y poemas de místicos cristianos, encuentra su centro mismo en aquello que nos sobrepasa y nos sobrecoge de Dios, su excesivo amor.
El formato en que el libro fue presentado permitía un buen grado de acercamiento entre autor y público, y de éste surgieron interesantes preguntas y afirmaciones. La primera de todas, la que dio origen a un enriquecedor debate, quedó formulada en este interrogante: ¿por qué el amor excesivo es una buena manera de hablar de Dios a los hombres de nuestro tiempo? Es cierto que siempre que se habla de secularización existe algo de debilidad en la evangelización. ¿Es, pues, el exceso, una categoría válida para hacer llegar el mensaje cristiano? “Sí –respondía el autor–. Al menos, por tres razones: porque nos dice quién es Dios y cómo actúa; porque la sobreabundancia apunta a una veta privilegiada para el encuentro del hombre con Dios; y, por último, porque desde el exceso el cristiano se puede entender mejor a sí mismo, no tanto como alguien indigente que aspira a vivir en plenitud cuanto como una persona agraciada que ha recibido ya la plenitud del amor y puede irradiarla en la precariedad y la pobreza”. Es la lógica propia del amor de Dios. Tú hiciste razón de tus entrañas, decía ya Unamuno al contemplar el Cristo crucificado de Velázquez. “El encuentro de Dios con el hombre no depende esencialmente de las circunstancias de la persona, sino del exceso de su amor, que se derrama sin medida en toda situación”, concluyó el autor.
Misioneros Claretianos