Uno de los misterios de la vida del hombre es la cuestión de la muerte.
Preferimos no hablar de ella, pero «la certeza de la muerte es lo más seguro que conocemos sobre nuestro futuro”(1). Todos sabemos que un día, la muerte nos puede visitar. Como nos dice Job, en la muerte “se dan cita todos los vivientes»(2).
En la antigua Roma, se solía usar una locución latina cuando un general desfilaba glorioso por las calles de Roma después de una victoria bélica. Detrás de él, se escuchaba un siervo que se encargaba de recordarle las limitaciones de la naturaleza humana con el fin de impedirle caer en soberbia: ¡Memento mori! ¡Piensa que eres una persona mortal!
¿Por qué el hombre comparte la inteligencia con Dios y la muerte a los animales?(3) ¿Cómo entonces podemos hablar de la muerte de una forma realista y a la vez, sacar de ella un sentido, una comprensión, una esperanza? ¿Será que una experiencia tan vital no tiene nada que ver con mi presente, con mi futuro?
Por más que nos duela «el hombre es un ser para la muerte» (Heidegger). Pero la muerte, no tiene la última palabra.
Para los cristianos, la muerte de hecho se vuelve como la llave de la Vida. Constatamos que, en Jesús, la muerte recobra una luz pascual, Él transformará nuestra muerte en Vida mediante la resurrección que es la victoria sobre la muerte.
No se trata de una resurrección momentánea, o el despertar de los muertos, se tratará de una «salvación definitiva de la existencia humana concreta por parte de Dios y ante Dios, la permanente validez real de la historia humana, que ni se prolonga en el vacío ni perece»(4).
La muerte no es como una guillotina conclusiva; sino como la suprema posibilidad de ser verdaderamente nosotros mismos, seres humanos, que gracias al «límite» podemos superar nuestros propios límites. Por lo tanto, no «terminar con la muerte, más solo con la muerte iniciar la vida en su plenitud»(5).
En la historia de la humanidad, en particular en la perspectiva cristiana, muchas veces, hemos visto la vida de Jesús en la sangre que gotea debajo de su cruz, y no en la tumba vacía que centellea el grito de la victoria de la vida. Lo que nos caracteriza como cristianos, no es solamente nuestra capacidad de cargar la cruz, sino la esperanza que nutrimos dentro mientras que cargamos las tempestades que nos llegan.
¿Entonces, que es lo que hay en la muerte de Cristo que me ayude a vivir mi vida? ¿Qué hay en su muerte que me invita a mí buscar la luz, el sentido en cada acontecimiento?
La muerte de Jesús, o, mejor dicho, su vida entera, en su entereza, me ayuda a mí a fomentar una esperanza que no tiene caducidad. Es la fuerza vital que solidifica mi vida, la fuerza segura de que al final, su victoria sobre las tinieblas de la muerte es mi constante providencia.
Podemos tener miedo, podemos tener dudas, podemos hasta perder nuestra esperanza a lo largo del camino, como los discípulos de Emaús, pero todo lo que es inherente al hombre, su fragilidad y su pecado, ha sido ya asumido por y en Cristo. La persona humana es la alegría de la vida de Cristo. Se puede hasta afirmar, con las palabras de Fr. Andrzej S. Wodka, C.Ss.R, que el «corazón del ser humano es para Cristo su paraíso«.
Dios entra y continúa actuando en la historia del hombre enviando a su propio Hijo para rescatarnos de la amenaza de la muerte y del pecado: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que tenga vida eterna y no perezca ninguno de los que creen en él«(6).
En las palabras de Cristo, vemos la luz de la Pascua, Él es nuestra Pascua: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25).
Mediante Jesús, y viviendo en él, «empezamos ya en este momento a gustar las primicias de una vida bella y buena. He aquí, de una forma muy sencilla, toda la escatología, es el presente transfigurado de un futuro que ya ha nacido«(7).
La vida del cristiano es una preparación activa a la muerte; la muerte es como la puerta, que introduce a la luz de la Vida.
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NOTAS:
- W. Kasper – G. Agustín, «Creo en la vida eterna», Sal Terrae, pág. 18.
- «Job 30, 23«.
- A. Marchadour, «Muerte y vida en la Biblia», Verbo Divino, pág. 19.
- K. Rahner, «Curso fundamental sobre la fe, Introducción al concepto del cristianismo», Herder Barcelona, 1979. pág. 313.
- Benedicto XVI, «Homilía de la Pascua 2010″.
- «Jn 3,16″.
- G. Forlai, Certissima Luce, «Il cristiano e la vida eterna«, San Paolo, Milano, 2012, pág. 10.
Escrito por: Nikki Ramos, fsp